lunes, 9 de julio de 2012

Viste mis palabras. Moda.

Estaba cortando un pan, que estaba en la panera, que había estado sobre la mesa de roble, de roble eran esa noche, que estaban los dos, que había festejo, que había jolgorio. Uno en un mundo, el otro en el otro, claro, por supuesto, en el otro.

Entre copas de cristal, son copos de cereal. Ella desayuna.

Abre mermeladas, hace fuerza, se resvala de sus manos, se le frunce la nariz. Hace frío. Frío de nieve, ese frío de sur. Ese que acompaña, que casi no lastima, que acaricia estalactitas, que pincha con amor, aunque estemos en julio.

Mermelda. Dulce. Es de ciruela, con aroma a vapor, lleva el color del vino. Pero es de ciruela.

Piensa. Lo piensa. Aunque no lo crea, aunque ni le crea.
Y se piensa. Ella, se piensa, con él, lo piensa.
Se piensa, no están juntos.
Y él se cree, en ese mundo de adultos y de puro coqueteo,
que es una estrella de rock, él y su ombligo.
Y ella, ella lo sabe. Pero de vez en cuando lo piensa.

Cuando vuelve a ese frío, ese frío de sur, cuando desayuna mermelada de ciruela de color del vino. Y se acuerda. Ni sus palabras, ni su voz. Tal vez su guitarra. Ni su voz.

Y en su voz.
Falta algo.
Vacío.
Epifanía.
Una herida.
Él nunca la amó.
Llora, se mete en la cama. Aprieta los ojos y congela ese adiós.

Quiere decirle que...

No hay comentarios:

Publicar un comentario