Él hacía
de lo invisible, algo totalmente tangible, como si atravesar un océano fuera un
trámite de lunes por la mañana.
Ella lo
materializaba en forma de lágrimas, atravesando sus pupilas como burbujas de
niños en colonia de verano. Todas sus emociones viajaban sin nombre, desde una
guarida de mariposas alojada en su centro, justo en el espacio entre el ombligo
y su lunar, hasta aterrizar en cuadernos multicolores, tejidos a mano y con
sabor a té de miel.
Cuando lo
absorbía por los ojos, su cabello tomaba forma de viento, y su cuerpo se desvanecía
a la velocidad de torbellinos de cristal. Solo música su idioma, se acostaban
bajo nueve soles y se arropaban con el vapor de su respiración.
Entre besos
de carmín y abrazos maremoto, quedan impresas sus constelaciones sobre sábanas
de hotel.
Ellos pueden
inventarse todo, menos su amor.
Surreal.
Pintan una vida más que hermosa.