martes, 31 de julio de 2012

Torbellino.


Él hacía de lo invisible, algo totalmente tangible, como si atravesar un océano fuera un trámite de lunes por la mañana.

Ella lo materializaba en forma de lágrimas, atravesando sus pupilas como burbujas de niños en colonia de verano. Todas sus emociones viajaban sin nombre, desde una guarida de mariposas alojada en su centro, justo en el espacio entre el ombligo y su lunar, hasta aterrizar en cuadernos multicolores, tejidos a mano y con sabor a té de miel.

Cuando lo absorbía por los ojos, su cabello tomaba forma de viento, y su cuerpo se desvanecía a la velocidad de torbellinos de cristal. Solo música su idioma, se acostaban bajo nueve soles y se arropaban con el vapor de su respiración. 

Entre besos de carmín y abrazos maremoto, quedan impresas sus constelaciones sobre sábanas de hotel.

Ellos pueden inventarse todo, menos su amor.

Surreal. Pintan una vida más que hermosa. 

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