Entre todos sus papelitos desordenados y sus palabras desprolijas, se paró en puntas de pie y se acomodó unos mechones, de esos que molestan en la cara los días de viento.
- ¿Me abrazás?- le escribió en la esquinita de una nube.
Del otro lado del mundo, él manejaba un auto de verdad y hacía cosas de gente grande; desde la ventanilla, un pajarito le chistó para que mirara hacia arriba. Sonrió (no sabe si por el mensaje, o por estar haciéndole caso a un pajarito), y escribió en la nube de al lado:
- Te estoy abrazando todo el tiempo.
Es que a pesar de los kilómetros de ruta que los separan, comparten el mismo cielo. Esa noche se encontraron en sus sueños, y decidieron no despertar jamás.
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